viernes, 1 de noviembre de 2013

Primer aniversaro de la muerte de célebre bailarín y coreógrafo cubano



Un año sin el maestro 
Eduardo Rivero Walker

Texto y foto: M.Sc. Miguel A. Gaínza Chacón

En su hogar, en Santiago de Cuba, al cumplir 75 años
Santiago de Cuba, noviembre 1.- Los santiagueros aún sin levantarse completamente del “Sandy”, recibieron seis días después otro golpe terrible: el 1 de noviembre dejó de existir el maestro Eduardo Rivero Walker (La Habana, 1936-Santiago de Cuba, 2012). Excelente bailarín y coreógrafo reconocido en el mundo, había participado en la fundación del Conjunto Nacional de Danza Moderna (hoy Danza Contemporánea) y además estrenó diversas obras de relieve internacional. Pero su tarea más abarcadora fue asumir la dirección de Teatro de la Danza del Caribe y dotar a esta ciudad de una compañía, que elevó la danza a planos estelares.
En La Habana, donde vino al mundo el 13 de octubre de 1936, Rivero inició estudios de ballet en los años cincuenta, en el Conservatorio Municipal de La Habana, con la profesora Clarita Roche.
Al mismo tiempo, la inquietud por la danza llevaba al joven artista a bailar en cabarés de La Habana y de otras ciudades cubanas. Llamado por Ramiro Guerra cuando en 1959 surge el Departamento de Danza Moderna del Teatro Nacional de Cuba, Eduardo  ingresa en la nueva experiencia. Por eso es bailarín fundador del Conjunto Nacional de Danza Moderna, conocido hoy como Danza Contemporánea de Cuba, en el que hizo roles protagónicos en Mulato, Mambí, Chacona, La rebambaramba, Medea y los negreros, Ceremonial de danza, Orfeo antillano...
Memorable aun hasta hoy fue su Oggún en 1960, en el ballet Suite yoruba, interpretación que ha quedado como referente antológico para la danza cubana y que fuera inmortalizado en el filme Historia de un ballet, de José Massip.
El maestro Rivero, luego, ya como creador, estrena en 1970 el dúo Okantomí («con todo mi amor», en lengua yoruba), del que los especialistas han señalado:
“Esta visión íntima, primitiva y elegante de la relación en la pareja humana, su sensualidad y economía de recursos físicos, logró impactar al público y a la crítica, y también se inscribiría entre los títulos imprescindibles de la danza moderna cubana.”
No se detiene Rivero y vuelve a impactar a la crítica y al público con  Súlkari, pero la obra desborda las pretensiones del joven coreógrafo, “al entregar esta fórmula estatuaria y sensual a tres parejas, de ahí que la obra marcó otro hito y aún pervive en el repertorio de Danza Contemporánea de Cuba y de otras compañías del país”. Así se van sumando éxitos coreográficos para Eduardo: Otansí, Tanagras, Zarabanda  
Dos momentos del Oggún de Rivero en un diploma
En 1988, dueño ya de una reputación sólida, primero como bailarín y después como coreógrafo, Rivero llega a Santiago de Cuba para una visita rápida e impartir clases, montar repertorio y asesorar un nuevo proyecto: Teatro de la Danza del Caribe.
Y no se fue más de la cálida urbe santiaguera que abrió su corazón para acoger un nuevo hijo. Y este, agradecido, en reciprocidad le ofrendó a la ciudad el suyo y la excelencia de su danza, mediante obras incorporadas al repertorio de la Cía., agrupación para la que entonces creó piezas antológicas: Destellos, Tributo, Trío… y la superproducción Lambarena, quizás su último trabajo en grande.   
La influencia de Rivero en la danza traspasó la frontera nacional y se insertó en el Caribe, donde numerosas naciones conocieron la maestría y la pedagogía de una figura cumbre de la escena, proyectada así hacia diversos escenarios del mundo.
Reconocido profusamente en Cuba y fuera del país, Eduardo mostraba con orgullo la Distinción "Raúl Gómez García" y la Distinción "Por la Cultura Nacional", pero ninguno de estos galardones nominales superaba al que el artista consideraba el mayor homenaje que había recibido en su vida: el cariño fervoroso del pueblo santiaguero.
La dolencia, repentina, asolapada y traicionera, lo sorprende en una de las islas del Caribe donde impartía clases como parte de su rutina pedagógica, solo meses después de una entrevista en su hogar de la Avenida Victoriano Garzón, por sus 75 años, en la que expresó sentirse pleno de vida y deseoso de trabajar.
Regresó. Las fuerzas le dieron todavía para asistir a algunas representaciones de Teatro de la Danza del Caribe. Pero la enfermedad lo fue venciendo con rapidez, y apenas a 15 días de haber cumplido 76 años murió.   
Desde hace un año, este terruño que lo acogió como un hijo --y que él quiso entrañablemente-- no tiene físicamente a Rivero. Pero maestro al fin, el artista dejó su impronta, su leyenda, sus enseñanzas y una Compañía de excelencia… como para que nadie olvide jamás, y menos en Santiago de Cuba, a Eduardo Rivero Walker.

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