lunes, 9 de enero de 2012

HUELLA IMPERECEDERA

M.Sc. Miguel A. Gaínza Chacón 

Hace solo seis días, la noticia sobre la muerte en Santiago de Cuba del conocido teatrista Ramiro Herrero Beatón, conmovió no solo al ámbito artístico pues era persona muy querida en otras esferas de la vida social y política del territorio.
Aún están frescas las escenas del homenaje que la Compañía Arcoiris y la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) le dedicaron en el Teatro Heredia, dos fines de semanas atrás, al que Ramiro no pudo asistir por el delicado estado de su salud, aunque conoció en el hospital, de los reconocimientos que le hicieron.
También, quedan en la memoria las muestras de consternación entre sus familiares, amigos y compañeros del arte, durante las exequias en la funeraria.
Luego, impactaron las representaciones artísticas que hicieron numerosos artistas por las calles santiagueras, para acompañar el cortejo fúnebre hasta el cementerio de Santa Ifigenia.
Herrero Beatón era un hombre muy valioso para su familia, para los colectivos teatrales en Santiago de Cuba, Cuba y otros países, y para quienes tuvimos el privilegio de su amistad; también, para quien al menos compartió con él una conversación o  conociera de su trayectoria. Por eso encontré significado tan especial en las líneas que  Santiago Portuondo le dedicó y que pongo al alcance de los lectores en mi sitio personal.

RAMIRO HERRERO BEATÓN: MAESTRO Y AMIGO
Por Santiago Portuondo
Tras más de cincuenta años dedicados por entero al teatro, ha fallecido  en Santiago de Cuba  el 3 de enero de 2012.
Siempre fue un hombre del teatro
Nacido en 1938, fue de esos jóvenes que tras el triunfo revolucionario de 1959 se entrega y sumerge también en la revolución cultural que le continúa…. En 1961 es de los fundadores del primer grupo de teatro profesional en Santiago de Cuba, el Conjunto Dramático de Oriente. Son sus primeros pasos como actor: de gesto amplio, de barítono sonante, que crea personajes  a partir del clown, soberbios, matizados por nuestra tropicalidad y mestizaje.  Y así nos deja interpretaciones actorales  inolvidables en Los cuernos de don Friolera de Valle-Inclán y Magia Roja de Michel de Gelderodes, en ambas puestas dirigido por su maestro y amigo Adolfo Gutkin.
Y diez años después,  junto a Raúl Pomares, Rogelio Meneses, Carlos Padrón y Pedro Castro, funda y dirige el Cabildo Teatral Santiago, una de las agrupaciones que, a partir de la década de 1970, rompe los convencionalismos del teatro tradicional para ofrecernos un teatro popular, marcado por la dialéctica y la historia nacional;  por Brecht,  por las prácticas novedosas de los colombianos Enrique Buenaventura y Santiago García. Allí dirige las puestas  más antológicas de ese momento: De cómo Santiago Apóstol puso los pies en la tierra,  Cefi y la MuerteMientras más cercas más lejos, obras que marcaron un hito en la dramaturgia nacional, consolidando una nueva manera de ver y hacer teatro no sólo al unísono con los movimientos teatrales que se desarrollaban en Latinoamérica y el mundo. Es la época del Teatro de Relaciones y Ramiro, uno de sus  principales artífices.
Es también momento de la consolidación de su estilo y manera personal de ver el teatro, que lo identifica, como a ningún otro director en Cuba, con los movimientos literarios que predominan  esa época: lo real maravilloso de Alejo Carpentier así como con el realismo mágico de García Márquez. Las puestas en escena de Ramiro muestran esa desmesura ambiental, atmosférica, esa desbordada manera de convertir lo cotidiano en maravilla, nuestra idiosincrasia  en esperpento, en carnaval, en apoteosis, orgía de y para los sentidos.   Por este camino va su versión de Asamblea de las mujeres, estrenada en 1988, aclamada y aún recordada por el público como ninguna otra obra teatral vista en Santiago.
El teatrista en Montevideo, Uruguay
Pero donde Ramiro nos enseña su verdadera garra teatral, consolidando su  maestría es en  Dos viejos pánicos de Virgilio Piñera. Tato y Tota, de personajes que parecían fantasmales manifestaciones de un mundo surrealista, cruel, se nos muestran en una nueva faceta o forma de apropiarse de la dramaturgia virgiliana, más popular, cotidiana, más carnavalesca o con un acento clownesco muy marcado, desmesurado, rasgos que saben aprovechar  y enriquecen  sus actores…. algo tan nuestro, tan cubano, que había desaparecido de la escena tras la extinción de nuestro teatro bufo. 


A la izquierda, Ramiro; a la derecha, Raúl Pomares
Otro gran momento y plenitud: El boxeador azul, obra de su autoría en que fustiga los males sociales que aún nos aquejan. Tal vez su puesta más comprometida y abierta.
Estas son un pequeño muestrario de su quehacer como director de espectáculos teatrales. Aunque no podemos dejar de mencionar su Camarón encantado, su homenaje a José Martí y al mundo infantil;  y una vuelta al teatro de relaciones, al contacto con el público, a no renunciar a ese toque siempre constante  del teatro como arte de transformación de lo real en   maravilla, desde lo popular, desde nuestra cubanidad que no debe cesar.
Queda solo hablar de la grandeza de su magisterio de cincuenta años. Cientos de actores  esculpidos por su cincel y su martillo, que guió, aconsejó y estimuló como nadie, sin negar un adarme de su sabiduría teatral infinita. De su mirada franca, de su sonrisa limpia, de su palabra siempre crédula y sincera.
Algunos, casi un centenar de sus miles de discípulos y amigos, tuvimos el privilegio de acompañar y cargar por un momento su cadáver en andas hasta el cementerio, violando todas las prohibiciones  y reconvenciones de otra teatralidad,   entonando canciones y poemas tal cual fue su última voluntad. Asistimos con regocijo y homenaje  a su último acto. Y aplaudimos nuevamente, aplaudimos 10 minutos por última vez  al que fue una vida consagrada al arte y la cultura de su pueblo,  a plena ovación  hasta que el  ataúd fue cubierto por el mármol… y aunque todavía quedaron guardados para Ramiro Herrero otro millar de aplausos en nuestros corazones.
Santiago de Cuba, 4 de enero de 2012
 

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