lunes, 15 de julio de 2013


SANGRE Y LEYENDA
SOBRE UNA PIEDRA  

M.Sc. Miguel A. Gaínza Chacón

La mar --así en femenino como le dicen los viejos pescadores-- aunque parezca igual en todos los lugares no lo es. Hay sitios en ella que la distinguen. La bahía de esta ciudad sur oriental de Cuba tiene un influjo especial en quienes la amamos por su resplandor de poesía en los crepúsculos, bajo la mirada de la Sierra Maestra… y por sus leyendas. 
A poco de haber salido el Sol este domingo y como parte del tradicional Carnaval Acuático, embarcaciones engalanadas surcaron los ocho kilómetros de la rada, rumbo a Punta Gorda, e irremediablemente pasaron cerca de donde nació el mito de la Piedra de los dos compadres.
Tuve el privilegio de ver el lugar, caminar sobre la superficie pedregosa y pescar desde allí. Aún admiro el trabajo tan curioso de la naturaleza: En medio de las aguas, alejado quizás 70 u 80 metros de la costa, emergía aquel accidente peculiar de diente de perro de forma casi circular, de unos tres o cuatro metros de diámetro, con una especie de poste en el centro, afinado en su base y más ancho arriba, que me recordaba una copa flotando en el mar, frente a un sitio en la orilla denominado la Chivera.
Relativamente cerca estaba el “puente de la mina”. Sobre  bloques enormes de concreto, emplazados en tierra y en el mar, descansaban los rieles por donde corría el tren con mineral ferroso traído desde las minas de Juraguá. 
Debió ser una imagen portentosa, ver correr el convoy ferroviario bien alto sobre la mar, para luego detenerse y volcar el mineral por unas canales, hasta las embarcaciones que lo llevarían al extranjero. Aún por el reparto de Altamira quedan vestigios de los muros y de los hierros. Hasta no hace tantos años, los pilares dentro del mar que aún soportan el paso de los años, servían de trampolín a intrépidos bañistas.  
La única vez que he visto en su entorno natural a una manta raya fue desde la Piedra de los dos compadres. Nadaba lenta y majestuosamente, casi pegada al fondo. Escarbaba en el lecho con la parte delantera de la cabeza, y levantaba nubecitas de arena que enseguida volvía a reposar.
¿Cómo emergió la piedra? Quizás por alguno de los habituales terremotos en Santiago de Cuba. Pero la leyenda, acaso la más antigua de la bahía, situó en la roca a dos compadres, unidos por una sólida amistad y luego atormentados por la traición, pues cuentan que uno de ellos entró en amoríos con la mujer del otro y la afrenta debía ser lavada. El duelo sería a muerte en el peñasco en medio del mar. Los dos se embistieron con saña y los machetes cortaron el aire y la vida de ambos.
Dicen que temerosos lancheros al cruzar por allí, apresuraban la marcha de sus embarcaciones. Por el contrario, nosotros íbamos a la Piedra y en ocasiones desembarcábamos en esta, le encaramábamos la proa del “Pichi”, bote de 21 pies de largo, y descansábamos en la plataforma pétrea. No faltó oportunidad, en que el supuesto escenario del duelo mortal nos sirvió para montar la diminuta cocina de luzbrillante (keroseno) y en minutos disfrutábamos de un soberbio té de jaiba, que es una especie de cangrejo, capaz de resucitar hasta a los compadres muertos.   
Pasaron los años y volví al sitio. El poste finalmente había cedido ante la erosión del mar o la mano depredadora del hombre. Estaba tumbado sobre “el plato”. Al tiempo regresé. Ya el mástil no estaba sobre el plato, pero se divisaba en el fondo del mar, al lado de lo que aún quedaba emergido. Luego todo desapareció de la vista, a lo mejor por las corrientes marinas o alguna faena de dragado…  Quizás descansen copa y plato en el fondo del mar, pero lo cierto es que se perdió un emblema cultural de la bahía de Santiago de Cuba. Aunque perdura la leyenda. 

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