lunes, 6 de enero de 2014

Un tren y los Reyes Magos



TREN Y REYES MAGOS

M.Sc. Miguel A. Gaínza Chacón

Santiago de Cuba, enero 6.- Nada, absolutamente, me vincula al sector ferroviario: ni herencia familiar ni gusto profesional. Pero desde pequeño hice fijación por los trenes.
No era yo muchacho desamparado ni cosa por el estilo. Pero en casi nada me diferenciaba de los otros niños del barrio ubicado a orillas de la bahía, con nombre pintoresco: Los Cangrejitos.
Vivir allí era sinónimo de pertenecer a cualquier familia de pescadores. O lo que es igual: nuestras familias a duras penas se sostenían… o algunas ni se sostenían.
Ajenos a las penurias de los mayores para buscar trabajo y comida, nosotros cuando se acercaba el 6 de enero, Día de los Reyes Magos, entrábamos en frenesí. En pandilla casi “desmontábamos” las lomas colindantes con la Molinera Oriental S.A. (hoy Empresa de Cereales de Santiago de Cuba) y cargábamos la mejor yerba para “los hambrientos camellos”, que desde la lejana Arabia, venían cargados de Reyes Magos… y de juguetes.
Aún sin ir a la Escuela Pública yo sabía algunas letras, y estoy seguro de que se debía a circunstancias peculiares: las horas que pasaba hojeando y ojeando los “muñequitos” de Halcones Negros, El Llanero Solitario, Superman…; la promesa de mi tía Chevín, que vivía en el monte, en Jarahueca, de regalarme una polluela si aprendía a leer, y lo más importante: Yo mismo –no ningún grande— le haría la carta a los Reyes Magos, para solicitarles que me trajeran una cantidad tal de juguetes, que ni el almacén de la Sears.
Nunca faltó en aquellas misivas el saludo respetuoso a Melchor, Gaspar y Baltasar; las consideraciones para los pobres camellos, y la lista de los juguetes, en la que jamás dejé de poner, en primera opción un trencito. Me fascinaban aquellos aparaticos que se movían “solos” y paraban en la estación (donde estaban las baterías) y las bombillitas de las señales y de la locomotora.
En proporción con la solicitud era la cantidad de yerba y agua que ponía debajo de mi cama; los dulces eran pocos. A veces no llegaban a tres y yo tenía la esperanza de que los Reyes Magos lo compartieran si eran dos piezas o una sola.
El desasosiego era cada 6 de enero, o sea el Día de Reyes.
Apenas dormía la noche anterior, y en la casa era el primero en levantarme, como el resto de los muchachos del barrio. Enseguida buscaba lo que Melchor, Gaspar y Baltasar me habían traído, luego de su extenso viaje. Los niños no entienden de pobreza. Unos manifestaban su agradecimiento y se alegraban con cualquier cosa. Otros, no. Yo quería un trencito. Pero estos Reyes montados en dromedarios serían Magos pero evidentemente o no sabían leer o no entendían español.
¿Qué encontraba yo? Ora un adminículo enrollado, que uno soplaba y con un sonido agudo se estiraba. Cuando no tenía más aire en mis pulmones se volvía a enrollar; ora un revólver de mito. No de aquellos en sus fundas decoradas y con un cinto hermoso, propio de los vaqueros del Oeste o las películas mexicanas, sino pequeños revólveres de latón, que en las primeras escaramuzas en el patio o la acera, se aplastaban como una galleta; ora un trompo multicolor de madera, con su cabuya. Para de contar. ¿Y el trencito? En mi imaginario infantil, los Monarcas Magos nunca entendieron las cartas.
La realidad: mis verdaderos “Soberanos” no tenían la más mínima posibilidad de complacerme.
Llegaron entonces otros reyes. Eran igualmente barbudos, pero no vinieron en camellos, aunque la estrella que los guió nos iluminó a todos. Entonces los muchachos, absolutamente todos, incluso la niñita con el pedazo de palo a modo de muñeca publicada en Bohemia, tuvieron sus juguetes.
Para ese momento, lo que me quedaba de niñez transitó tan rápido por la Escuela de Mar Andrés González Lines, en Varadero, y la Escuela Tecnológica Militar Antonio Maceo (Artes y Oficios), incluidas extensas campañas cañeras por todo Oriente, que el trencito fue relegado… pero nunca olvidado.   
La fantasía en los niños tiene un valor enorme. Cuando buscábamos yerba para los camellos, agua para aquellos viajantes sedientos, y al menos un dulce para que solidariamente los tres Reyes se alimentaran, implícitamente estábamos desarrollando en nosotros buenos sentimientos.


Por eso es deleznable, que disidentes en Cuba, con el dinero que abiertamente le suministra el gobierno norteamericano para revertir nuestra tranquilidad en el país, “maniobren” con los sentimientos   de los niños, y usen algo tan sagrado para ellos como son los juguetes.
Hoy en Cuba, de acuerdo con sus posibilidades, cada familia adquiere para sus pequeños los juguetes que entienda. No necesitamos el dinero mal habido de la mafia anticubana y del gobierno de USA. Y si pretenden jugar con algo tan sagrado para nosotros como son los niños tendrán que asumir las consecuencias.
No he podido desprenderme del interés por esos trencitos eléctricos. Ejercerían en mí el efecto que en otras personas tienen las peceras y los peces ornamentales. Pero si tuviera que hacerme de uno de estos aparatos por medio del dinero marca USA de los disidentes, sería el único momento en que preferiría que el convoy completo  descarrile.

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