Un año sin el maestro
Eduardo Rivero
Walker
Texto y foto: M.Sc. Miguel A. Gaínza
Chacón
En su hogar, en Santiago de Cuba, al cumplir 75 años |
Santiago de Cuba, noviembre 1.- Los santiagueros aún sin levantarse
completamente del “Sandy”, recibieron seis días después otro golpe terrible: el
1 de noviembre dejó de existir el maestro Eduardo Rivero Walker (La Habana,
1936-Santiago de Cuba, 2012). Excelente bailarín y coreógrafo reconocido en el
mundo, había participado en la fundación del Conjunto Nacional de Danza Moderna
(hoy Danza Contemporánea) y además estrenó diversas obras de relieve
internacional. Pero su tarea más abarcadora fue asumir la dirección de Teatro
de la Danza del Caribe y dotar a esta ciudad de una compañía, que elevó la
danza a planos estelares.
En La Habana, donde vino al mundo el
13 de octubre de 1936, Rivero inició estudios de
ballet en los años cincuenta, en el Conservatorio Municipal de La Habana, con
la profesora Clarita Roche.
Al mismo tiempo, la
inquietud por la danza llevaba al joven artista a bailar en cabarés de La
Habana y de otras ciudades cubanas. Llamado por Ramiro Guerra cuando en 1959
surge el Departamento de Danza Moderna del Teatro Nacional de Cuba, Eduardo ingresa en la nueva experiencia. Por eso es bailarín
fundador del Conjunto Nacional de Danza Moderna, conocido hoy como Danza
Contemporánea de Cuba, en el que hizo roles protagónicos en Mulato, Mambí, Chacona, La rebambaramba, Medea y los negreros, Ceremonial de danza, Orfeo antillano...
Memorable aun hasta hoy fue su Oggún en 1960, en el
ballet Suite yoruba, interpretación que ha quedado como referente
antológico para la danza cubana y que fuera inmortalizado en el filme Historia
de un ballet, de José
Massip.
El maestro Rivero,
luego, ya como creador, estrena en 1970 el dúo Okantomí («con todo mi amor», en lengua yoruba), del que los
especialistas han señalado:
“Esta visión íntima,
primitiva y elegante de la relación en la pareja humana, su sensualidad y
economía de recursos físicos, logró impactar al público y a la crítica, y
también se inscribiría entre los títulos imprescindibles de la danza moderna
cubana.”
No se detiene Rivero y
vuelve a impactar a la crítica y al público con Súlkari, pero la obra desborda las pretensiones del joven coreógrafo, “al
entregar esta fórmula estatuaria y sensual a tres parejas, de ahí que la obra marcó
otro hito y aún pervive en el repertorio de Danza
Contemporánea de Cuba y de otras compañías del país”. Así se van
sumando éxitos coreográficos para Eduardo: Otansí, Tanagras, Zarabanda…
Dos momentos del Oggún de Rivero en un diploma |
En 1988, dueño ya de una
reputación sólida, primero como bailarín y después como coreógrafo, Rivero
llega a Santiago de Cuba para una visita rápida e impartir clases, montar
repertorio y asesorar un nuevo proyecto: Teatro de la Danza del Caribe.
Y no se fue más de la
cálida urbe santiaguera que abrió su corazón para acoger un nuevo hijo. Y este,
agradecido, en reciprocidad le ofrendó a la ciudad el suyo y la excelencia de
su danza, mediante obras incorporadas al repertorio de la Cía., agrupación para
la que entonces creó piezas antológicas: Destellos, Tributo, Trío… y la superproducción Lambarena,
quizás su último trabajo en grande.
La influencia de Rivero
en la danza traspasó la frontera nacional y se insertó en el Caribe, donde
numerosas naciones conocieron la maestría y la pedagogía de una figura cumbre
de la escena, proyectada así hacia diversos escenarios del mundo.
Reconocido profusamente en Cuba y fuera del
país, Eduardo mostraba con orgullo la Distinción "Raúl Gómez García"
y la Distinción "Por la Cultura Nacional", pero ninguno de estos
galardones nominales superaba al que el artista consideraba el mayor homenaje
que había recibido en su vida: el cariño fervoroso del pueblo santiaguero.
La dolencia, repentina, asolapada y traicionera,
lo sorprende en una de las islas del Caribe donde impartía clases como parte de
su rutina pedagógica, solo meses después de una entrevista en su hogar de la
Avenida Victoriano Garzón, por sus 75 años, en la que expresó sentirse pleno de
vida y deseoso de trabajar.
Regresó. Las fuerzas le dieron todavía para
asistir a algunas representaciones de Teatro de la Danza del Caribe. Pero la
enfermedad lo fue venciendo con rapidez, y apenas a 15 días de haber cumplido
76 años murió.
Desde hace un año, este terruño que lo acogió como un hijo --y
que él quiso entrañablemente-- no tiene físicamente a Rivero. Pero maestro al
fin, el artista dejó su impronta, su leyenda, sus enseñanzas y una Compañía de excelencia…
como para que nadie olvide jamás, y menos en Santiago de Cuba, a Eduardo Rivero
Walker.
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