TREN Y REYES MAGOS
M.Sc. Miguel A. Gaínza
Chacón
Santiago de Cuba, enero 6.- Nada, absolutamente, me vincula al sector
ferroviario: ni herencia familiar ni gusto profesional. Pero desde pequeño hice
fijación por los trenes.
No era yo muchacho
desamparado ni cosa por el estilo. Pero en casi nada me diferenciaba de los
otros niños del barrio ubicado a orillas de la bahía, con nombre pintoresco:
Los Cangrejitos.
Vivir allí era
sinónimo de pertenecer a cualquier familia de pescadores. O lo que es igual:
nuestras familias a duras penas se sostenían… o algunas ni se sostenían.
Ajenos a las penurias
de los mayores para buscar trabajo y comida, nosotros cuando se acercaba el 6
de enero, Día de los Reyes Magos, entrábamos en frenesí. En pandilla casi
“desmontábamos” las lomas colindantes con la Molinera Oriental S.A. (hoy
Empresa de Cereales de Santiago de Cuba) y cargábamos la mejor yerba para “los
hambrientos camellos”, que desde la lejana Arabia, venían cargados de Reyes
Magos… y de juguetes.
Aún sin ir a la Escuela
Pública yo sabía algunas letras, y estoy seguro de que se debía a
circunstancias peculiares: las horas que pasaba hojeando y ojeando los
“muñequitos” de Halcones Negros, El Llanero Solitario, Superman…; la promesa de
mi tía Chevín, que vivía en el monte, en Jarahueca, de regalarme una polluela
si aprendía a leer, y lo más importante: Yo mismo –no ningún grande— le haría
la carta a los Reyes Magos, para solicitarles que me trajeran una cantidad tal
de juguetes, que ni el almacén de la Sears.
Nunca faltó en
aquellas misivas el saludo respetuoso a Melchor, Gaspar y Baltasar; las
consideraciones para los pobres camellos, y la lista de los juguetes, en la que
jamás dejé de poner, en primera opción un trencito. Me fascinaban aquellos
aparaticos que se movían “solos” y paraban en la estación (donde estaban las
baterías) y las bombillitas de las señales y de la locomotora.
En proporción con la
solicitud era la cantidad de yerba y agua que ponía debajo de mi cama; los
dulces eran pocos. A veces no llegaban a tres y yo tenía la esperanza de que
los Reyes Magos lo compartieran si eran dos piezas o una sola.
El desasosiego era
cada 6 de enero, o sea el Día de Reyes.
Apenas dormía la
noche anterior, y en la casa era el primero en levantarme, como el resto de los
muchachos del barrio. Enseguida buscaba lo que Melchor, Gaspar y Baltasar me
habían traído, luego de su extenso viaje. Los niños no entienden de pobreza.
Unos manifestaban su agradecimiento y se alegraban con cualquier cosa. Otros,
no. Yo quería un trencito. Pero estos Reyes montados en dromedarios serían
Magos pero evidentemente o no sabían leer o no entendían español.
¿Qué encontraba yo?
Ora un adminículo enrollado, que uno soplaba y con un sonido agudo se estiraba.
Cuando no tenía más aire en mis pulmones se volvía a enrollar; ora un revólver
de mito. No de aquellos en sus fundas decoradas y con un cinto hermoso, propio
de los vaqueros del Oeste o las películas mexicanas, sino pequeños revólveres
de latón, que en las primeras escaramuzas en el patio o la acera, se aplastaban
como una galleta; ora un trompo multicolor de madera, con su cabuya. Para de
contar. ¿Y el trencito? En mi imaginario infantil, los Monarcas Magos nunca
entendieron las cartas.
La realidad: mis
verdaderos “Soberanos” no tenían la más mínima posibilidad de complacerme.
Llegaron entonces
otros reyes. Eran igualmente barbudos, pero no vinieron en camellos, aunque la
estrella que los guió nos iluminó a todos. Entonces los muchachos,
absolutamente todos, incluso la niñita con el pedazo de palo a modo de muñeca
publicada en Bohemia, tuvieron sus juguetes.
Para ese momento, lo
que me quedaba de niñez transitó tan rápido por la Escuela de Mar Andrés
González Lines, en Varadero, y la Escuela Tecnológica Militar Antonio Maceo
(Artes y Oficios), incluidas extensas campañas cañeras por todo Oriente, que el
trencito fue relegado… pero nunca olvidado.
La fantasía en los
niños tiene un valor enorme. Cuando buscábamos yerba para los camellos, agua
para aquellos viajantes sedientos, y al menos un dulce para que solidariamente
los tres Reyes se alimentaran, implícitamente estábamos desarrollando en
nosotros buenos sentimientos.
Por eso es
deleznable, que disidentes en Cuba, con el dinero que abiertamente le
suministra el gobierno norteamericano para revertir nuestra tranquilidad en el
país, “maniobren” con los sentimientos
de los niños, y usen algo tan sagrado para ellos como son los juguetes.
Hoy en Cuba, de
acuerdo con sus posibilidades, cada familia adquiere para sus pequeños los
juguetes que entienda. No necesitamos el dinero mal habido de la mafia
anticubana y del gobierno de USA. Y si pretenden jugar con algo tan sagrado
para nosotros como son los niños tendrán que asumir las consecuencias.
No he podido
desprenderme del interés por esos trencitos eléctricos. Ejercerían en mí el
efecto que en otras personas tienen las peceras y los peces ornamentales. Pero
si tuviera que hacerme de uno de estos aparatos por medio del dinero marca USA
de los disidentes, sería el único momento en que preferiría que el convoy
completo descarrile.
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