DANILO OROZCO…
UN HIJO ILUSTRE DE LA
CIUDAD
M.Sc. Miguel
A. Gaínza Chacón
Santiago de Cuba, agosto 2.- He conocido pocas personas, que como
Danilo Orozco, lograran armonizar tan magistralmente, el desenfado y el
análisis más profundo. Tenía la virtud de hacerse entender lo mismo por un
científico que por un neófito, y la conversación sobre el tema más complicado
él la transformaba en una tertulia exquisita, que casi siempre terminaba con
una sonrisa, los ojos muy abiertos y su sentencia: “Hay que cuidarse de los
diablitos”.
Así aprendí a admirar a Danilo por
su inteligencia. Pero nunca logré unir su imagen a la que uno usualmente se
crea del pensador circunspecto…
digamos, de un Doctor Summa Cum Laude en Ciencias Musicológicas y Filosóficas
por la Universidad de Humboldt, en Berlín; además, profesor titular de la Universidad de las
Artes en Cuba, y uno de los más grandes investigadores del son y de la música
en general, atributos que él tenía.
Cuando nuestra amistad, él vivía en
el segundo piso de una casa de la calle Heredia, entre Marte y Cuartel de
Pardos, en el centro histórico de Santiago de Cuba, apenas a dos cuadras de la
Plaza de Marte, un sitio emblemático de la segunda urbe en importancia del
país.
Se asomaba primero al balcón y luego
tiraba de una cuerda desde lo alto de la escalera, que abría la puerta y daba
acceso a los peldaños casi hasta la misma sala.
En esa escalera me crucé un día con
un popular cantante. Bajaba el hombre sudoroso. Nos saludamos y cuando llegué
arriba, Danilo estaba visiblemente cansado: “No afina, compadre. Pero yo lo voy
hacer afinar”. Y lo hizo con creces.
Aquella mañana cumplía algo que me
enseñó un maestro cubano de periodistas, Rolando Castillo Montoya, ya
fallecido:
“Cuando haya una discusión y tú no
tengas el conocimiento necesario, no te metas. Tú escuchas, luego buscas a un
especialista y le preguntas, y posteriormente llegas al círculo de la discusión
y dices: ‘Eso no es así. Es de esta manera.”
El tema musical “Pedro Navaja” estaba
en su apogeo y el intérprete panameño Rubén Blades… dando la hora; por el otro
lado, aparecía el salsero Oscar D’León con Dimensión Latina… acabando. Todavía
el cantante venezolano no había hecho la “charranada” aquella de venir a Cuba,
besar el suelo, ponderar a los cubanos, y cuando regresó y los enemigos de la
Revolución Cubana le hicieron presión con los discos y el dinero, comenzar a
denigrar la tierra donde lo habían recibido como a un hermano.
El caso es que en una de las
habituales tertulias de madrugada en la redacción del periódico santiaguero
“Sierra Maestra”, a tres cuadras del Parque Céspedes, en la calle de Santa Lucía, esquina San
Félix, surgió la polémica: ¿Quién es más cantante: Oscar D’León o Rubén Blades?
Orozco siempre me brindaba café o
té, no recuerdo bien. Pero lo hacía con una especie de ceremonia, en la que iba
hablando de los atributos de la infusión y de la calidad y belleza del
recipiente en que me la servía. Y en medio de aquello, sin introducción, le
suelto una mañana:
“¿Quién es más cantante: Oscar
D’León o Blades?”
Sin lugar a dudas le había tocado un
tema como a él le gustaba: polémico. “Eso no es como tú piensas: este es el
mejor y ya. No. Eso se saca así…”
Buscó tiza, y una pizarra que
dividió en dos mediante un trazo de arriba hasta abajo. En la parte superior
izquierda escribió Blades; en la derecha, D’León. Luego, en el extremo
izquierdo, en una columna, puso números hasta el 10, y a cada uno le dio
categoría: 1- tesitura, 2- afinación, 3- métrica… Agregó, que cada categoría
partiría de 10 puntos. Y empezó a interrogarse y a responderse. A ver,
afinación: tantos puntos para Blades; tantos para el venezolano… Y así llegó
hasta abajo. Luego sumó los puntos, se viró y concluyó: “Rubén Blades es más
cantante que Oscar D’León”.
De más está decir que al mediodía
llegué a la Redacción con ínfulas de musicólogo y “demostré” que el mejor era
el panameño.
Le sobraban energías a Danilo para
irse por la Sierra Maestra de 1975 a 1993, y argumentar “in sito” su “Antología
Integral del Son”, obra trascendental sobre las investigaciones de
los sones primigenios cubanos. Esta y cualquier otra pesquisa la asumía con la
pasión que lo caracterizó.
En la década del 60,
estudia simultáneamente ciencias básicas y filosofía en la Universidad de Oriente; se aplica a él mismo una
intensa disciplina autoformativa, todo lo cual lo ayuda a mantenerse por años inmerso en diversas vertientes
teóricas, hasta culminar el Doctorado en la “Humboldt”, en Berlín,
con su tesis La categoría son como componente de la identidad nacional de
Cuba, valorada de manera extraordinaria con el
rango de doble doctorado, algo que hizo expresar a un integrante del tribunal:
“… ser oponente del trabajo de Orozco significa
primero ser su aprendiz. Y no se aprende sólo por el contenido de la materia
como tal sino en especial por el enfoque, la metodología y su aplicación”.
Desde fines de los años 60 del siglo XX enseñó a numerosos
músicos-alumnos, figuras destacados luego en Santiago de Cuba, en el resto del
país, y en el extranjero; mantuvo
Danilo un vínculo intenso de trabajo profesional con Argeliers León,
decano de la musicología cubana moderna, y desde a…, los trabajos, conceptos y
tesis del santiaguero son utilizados en publicaciones periódicas, doctorados y
libros.
Tanto conocimiento acumulado, lo usa Orozco en salas de
conferencias y aulas universitarias de Cuba, Chile; en el Who´s
Who in Music, de Inglaterra; en instituciones de arte de España,
Colombia, Argentina, Moscú, Cuba, Washington, la UNESCO-PNUD, Casa de las Américas, Checoslovaquia, Francia, Chile, Alemania, Italia, Estados Unidos, Finlandia, Canadá, España, Inglaterra, Venezuela, Brasil… y con ese aval gana en 1974 el Premio
Nacional de Musicología Pablo Hernández Balaguer, y produjo en dos volúmenes la
trascendental Antología integral del son, muestra del alcance de la labor
investigativa de campo, nada usual en la musicología cubana.
El 26 de marzo de 2013, desde La
Habana, la noticia inesperada,
demoledora, incomprensible: Murió Danilo.
El 17 de julio pasado, cuando Orozco
hubiese cumplido 69 años, su viuda,
Olga Alemán y uno de sus hijos, Jorge, asistieron a un momento muy especial en
el histórico Salón de la Ciudad, frente al Parque Céspedes (antiguo
Ayuntamiento), cuando en nombre del pueblo, la Asamblea Municipal del Poder
Popular (Alcaldía) invistió postmortem a Danilo como Hijo Ilustre de
Santiago de Cuba, uno de los títulos más prominentes otorgados aquí, que viene
a ser algo así como que la calle Enramadas, el parque de la Plaza de Marte, la
Universidad de Oriente… en fin, que la ciudad toda se inclina con respeto,
ante la memoria de uno de sus buenos hijos, alguien que consagró buena parte de
su vida a enaltecer la música cubana, con el son como estandarte.